martes, 19 de abril de 2011

"El miedo"

Era una de esas noches más negra que el sombrero de una bruja, de esas especialmente oscuras. Ni siquiera era posible distinguir los contornos de la habitación. Era como estar entre una niebla espesa que sólo puedes sentir con los ojos al comprobar que no hay ninguna diferencia entre abrirlos o cerrarlos.
            Se encontraba solo, lo cual no le tranquilizaba en absoluto, es más, era lo que más le atormentaba en una noche como aquella. Así que se mantenía quieto, intentando no articular el menor movimiento, no sea que alguien o algo advirtiera su presencia en aquella pesada negrura.
            Las horas hubieran transcurrido largas, pero llevaderas para él de no ser por algo ruidoso que turbaba su soledad y aumentaba su inquietud. Ruidos nocturnos imposibles de clasificar. Quizás eran los pasos de algún fantasma por el pasillo, o solo el crujir natural de las paredes; quizás era la risa de un hábil monstruo que había logrado colarse por la ventana, o solo el sonido del refrigerador de la cocina. Entonces su pecho comenzó a bombear, lo sentía por todo el cuerpo con increíble intensidad. Un calor inmenso llenó sus mejillas. La piel era toda sábana, que se había pegado a fuerza de sudor.
            Momentos después, unos pies pequeños cruzaban por el pasillo a todo correr. Casi no rozaban el suelo y sonaban como un viento veloz por la alfombra, así que parecían voladores. La oscuridad seguía pesando a su alrededor, se le caía encima.
            Al final del pasillo, por fin, se escuchaba el primer sonido tranquilizador de la noche. Era gutural, grave, rítmico y, sobre todo, familiar: los ronquidos de sus padres.
            -Mamá, tengo miedo.

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