martes, 19 de abril de 2011

Cabo Trafalgar

De las cenizas de aquella famosa batalla surge la propia personalidad de este lugar, que parece que después de un caos ha dejado paso a una eterna paz, y pretende trasmitir calor y vida en lugar de muerte. Y esta paz se respira cuando nos acercamos a su faro, al que cada año suben riadas de personas para contemplar uno de los fenómenos más bellos: su puesta de Sol. Y cuando finalmente el astro rey penetra en el mar, lo colorea de naranjas y rojos y nos da la sensación de encontrarnos en el mismo fin de nuestro mundo, o por lo menos, en una frontera que separa dos cosas no tan distintas.
Este espectáculo alberga siempre a multitud de personas, haciendo cola para encontrar el mejor sitio o la perspectiva más adecuada, y sin embargo allí nada está planificado ni medido. Parece que por una vez, es el hombre quien se pone al servicio de la naturaleza y la observa con respeto y admiración. Lo único que parece que mira por encima del hombro es el faro, majestuoso, que parece que dirige la función.
Si nuestra asombrada vista nos permite mirar un momento hacia el suelo, sea la que sea la distancia que nos separe de él, nos maravillarán sus doradas playas, siempre desnudas y salvajes, como he dicho nada parece ser controlado por el hombre.
Como si de un microclima se tratara, este lugar mágico se puede disfrutar en cualquier época del año, pero rompe moldes en los meses de verano, época en la que el cielo está más rojo y el mar más dorado. Sin duda es un lugar especial, un paraíso más cercano de lo que pensamos, para alejarnos por unas horas de la urbanidad y regresar a la naturaleza, ser nosotros mismos, como el faro irradia su personalidad a través del Sol.

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